lunes, 31 de agosto de 2015

ZANAHORIAS, HUEVOS Y CAFÉ

Así como el oro debe pasar por el fuego para ser purificado, los seres humanos necesitamos
pruebas para pulir nuestro carácter Lo más importante es cómo reaccionamos frente a ellas.
Una hija se quejaba con su padre acerca de la vida. No sabía cómo seguir adelante y,
cansada de luchar, estaba a punto de darse por vencida. Parecía que cuando solucionaba un
problema, aparecía otro. El padre, un reconocido chef, la llevó a la cocina. Llenó tres ollas con agua y, las puso
sobre fuego fuerte. Cuando el líquido estaba hirviendo, echó zanahorias en la primera olla,
un par de huevos en la segunda, y, algunos granos de café en la tercera.
La hija esperó Con impaciencia preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte
minutos él apagó el fuego, puso las zanahorias en un recipiente y los huevos en otro, coló el
café y lo sirvió en una jarra. Mirando a su hija, le preguntó:
-Querida, ¿qué ves?
-Zanahorias, huevos y café -fue la respuesta.
Le pidió que tocara las zanahorias: estaban blandas. Luego le dije que rompiera un huevo:
estaba duro. Por último, le pidió que probara el café. Ella sonrió, mientras disfrutaba el rico
aroma de la bebida. Humildemente la joven preguntó:
-¿Qué significa esto, papá?
-Estos tres elementos -explicó él- se han enfrentado a la misma adversidad, el agua
hirviendo, y cada uno ha reaccionado en forma diferente. La zanahoria, fuerte y dura, se
tornó débil fácil de deshacer. El huevo era frágil; la cáscara fina protegía su interior líquido,
que después de estar en el agua hirviendo se endureció. Los granos de café transformaron al
agua, convirtiéndola en la rica bebida que te reconforta y calienta. ¿Qué eres tú? -le
preguntó el cocinero a su hija-. Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿eres zanahoria,
huevo o grano de café?
¿Y usted, amigo lector? ¿Es como una zanahoria, que parece fuerte pero se vuelve débil
cuando la adversidad la toca? ¿Es como un huevo, cuyo corazón maleable se endurece ante
las penas? ¿O como un grano de café, que cambia al agua hirviente, al elemento que le
causa dolor? El que es como un grano de café, reacciona mejor cuando las cosas se ponen
peor.

viernes, 28 de agosto de 2015

DECALOGO DE UNA MUJER EXITOSA- EL DOBLEE PODER DE ATRACCION

1- Hoy comienzo a transitar el camino del
Éxito total en mi vida.
(repite 3 veces )
2- Apruebo mi presente
Y construyo un camino de vitoria
(repite 3 veces )
3- Yo soy una mujer exitosa y tengo
Doble poder de atracción.
(repite 3 veces )
4- Hoy soy una mujer exitosa…….
Tengo prosperidad infinita.
(repite 3 veces )
5- Todo lo bueno llega a mi vida
En abundancia…….
(repite 3 veces )
6- Emano vibraciones de atracción
a donde vaya.
(repite 3 veces )
7- La felicidad y el éxito van juntos en mi vida.
8- Activo el poder de mi feminidad.
(repite 3 veces )
Vibro con el universo y con mi feminidad.
9- Atraigo hacia mi éxito y riqueza.
(repite 3 veces )
10- El doble poder de atracción está en mis manos.
11- Ahora tengo la llave
Del dinero y la riqueza.
(repite 3 veces )
12- El éxito y los negocios me pertenecen.
(repite 3 veces )
13- Disfruto todos los días de lo que me da la vida.
(repite 3 veces )
14- Ahora tomo posesión de mi poder
para construir prosperidad infinita.
( Repite 3 veces)
15- Uso mi tiempo adecuadamente,
Activo pensamientos positivos.
(repite 3 veces )
16-Cada día me gusta más como soy.
(repite 3 veces )
17-Me tomo mi tiempo para visualizar metas.
(repite 3 veces )
18-Hoy me lanzo para conquistar.
(repite 3 veces )
19- Construyo sentimientos de fe , esperanza y amor.
(repite 3 veces )
20- Doy con generosidad de lo mucho que recibo de Dios.
(repite 3 veces )
21- Agradezco siempre por todo lo que tengo.
(repite 3 veces )



22- Suelto mi deseo al Universo. (repite 3 veces veces

jueves, 27 de agosto de 2015

ASAMBLEA EN LA CARPINTERÍA
Hubo en la carpintería una extraña asamblea; las herramientas se reunieron para arreglar
sus diferencias. El martillo fue el primero en ejercer la presidencia, pero la asamblea le
notificó que debla renunciar. ¿La causa? Hacia demasiado ruido, y se pasaba el tiempo
golpeando.
El martillo reconoció su culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo: había que darle
muchas vueltas para que sirviera de algo.
El tornillo, aceptó su retiro, pero a su vez pidió la expulsión de la lija: era muy áspera en su
trato y siempre tenía fricciones con los demás.
La lija estuvo de acuerdo, con la condición de que fuera expulsado el metro, pues se la
pasaba midiendo a los demás, como si él fuera perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizando
alternativamente el martillo, la lija, el metro y el tornillo.
Al final, el trozo de madera se había convertido en un lindo mueble.
Cuando la carpintería quedó sola otra vez, la asamblea reanudó la deliberación. Dijo el
serrucho: "Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero
trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya
en nuestras flaquezas, y concentrémonos en nuestras virtudes". La asamblea encontró
entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba solidez, la lija limaba asperezas y
el metro era preciso y exacto. Se sintieron como un equipo capaz de producir hermosos
muebles, y sus diferencias pasaron a segundo plano.
Cuando el personal de un equipo de trabajo suele buscar defectos en los demás, la situación
se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes
de los demás, florecen los mejores logros. Es fácil encontrar defectos cualquier necio puede
hacerlo-, pero encontrar cualidades es una labor para los espíritus superiores que son
capaces de inspirar el éxito de los demás.

martes, 4 de agosto de 2015

LOS ENEMIGOS DEL VERDADERO ADORADOR
Hay situaciones, actitudes o personas que tratarán de impedir que seamos uno de esos verdaderos adoradores que Dios quiere que seamos, y para que nos convirtamos en un falso adorador. Debemos aprender a reconocerlos y sacarlos de nuestra vida.  Algunos impedimentos para adorar a Dios en espíritu y verdad pueden ser:
    
1. El Pecado. El pecado es el primer obstáculo para la alabanza. Es una razón de porqué algunos cristianos no alaban a Dios. El pecado no confesado nos inhibe delante de la presencia de Dios. No nos sentimos libres ni cómodos en la presencia de Él si somos conscientes de pecado no perdonado en nuestra vida.
Hay una repuesta muy obvia a este obstáculo: confesar el pecado a Dios y aceptar sinceramente su perdón y limpieza de manera que pueda ser restaurada una relación correcta con El y se libere el fluir de la alabanza (1 Juan 1:9).
2. Satanás, quien odia que adoremos a Dios. Es difícil para nosotros comprender el odio profundo que Satanás siente hacia Dios y cuánto aborrece escuchar a los cristianos alabándole.
Fue la envidia profundamente arraigada en el corazón de Satanás hacia Dios lo que provocó su caída. En su arrogancia, se creyó mayor que Dios. Cada vez que escucha a los creyentes alabando su Nombre, se llena de gran ira y celos. Por consiguiente, el enemigo procura suprimir y desanimar toda alabanza dirigida a Dios. Uno de los ministerios que Satanás siempre busca destruir es el de la adoración (Alabanza, Danza y Música), generalmente trayendo desánimo, desaliento, rencillas, divisiones, orgullo, etc.
3. La falta de control de la mente . Alguien comparó a la mente con un árbol lleno de monos saltando de rama en rama, gritándose y charlando unos con otros. ¿Cómo superar esta mente distraída e inconstante, cómo hacemos para ir más allá de las imágenes y los pensamientos que constantemente pasan por nuestra mente precisamente cuando vamos a orar o adorar a Dios?
El apetito de la mente, al igual que del estómago, se acostumbra a la dieta que consumimos. Pensar en lo justo, lo puro y lo amable desarrolla el hambre de recibir más de la bondad de Dios. Pero si ingerimos la basura que nuestra sociedad llama excelente, desarrollamos un gusto por tales cosas. El mundo presenta unas ofertas deliciosas a la vista. La TV es un ejemplo, en la que hay mucha basura. Algunos creyentes creen que está bien ver programas que violen los valores bíblicos, ya que es "sólo un entretenimiento". Pero, todo lo que ingiere nuestra mente determina nuestras ideas y nuestros valores. El dejar que las malas enseñanzas y las ideas pecaminosas penetren nuestra mente, puede destruir nuestra percepción bíblica del bien y el mal y nos impiden concentranos en la oración, adoración o lectura de la Biblia.
El mejor consejo para controlar nuestros pensamientos es el que nos da el apóstol Pablo en Fil. 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
4. El mal uso del tiempo y las prioridades invertidas.  El tiempo es algo que no podremos recuperar. El tiempo es algo que todos tenemos más, sin embargo no todos sabemos administrarlo o manejarlo correctamente. La Biblia nos enseña sobre el tiempo y nos dice “Que hay tiempo para todo”. Esto quiere decir que todo durante el día tiene un orden y todo lo que hacemos o realizamos se tiene que hacer durante un lapso de tiempo.
Hoy en día el mal uso del tiempo tiene como principal causa el abuso de: TV, xbox y video juegos, muchas películas, teléfono, chat, internet. ¿Cuanto tiempo estamos pasando en estos temas en lugar de usar el tiempo para las cosas que nos prosperarán material y espiritualmente o para estar a solas con el Señor?
5. La trampa del orgullo. El orgullo obstaculiza por completo y hace desaparecer la alabanza y la adoración verdaderas. La altivez es nuestro mayor impedimento en la adoración. Es sutil y levanta su fea cabeza cuando menos lo esperamos. Si nos descuidamos, hasta podemos llegar a sentirnos orgullosos de nuestra humildad.

Si nos sentimos orgullosos de nuestros dones, haremos exhibición de ellos a fin de impresionar a los demás y revelar nuestro secreto deseo de ser aplaudidos. Hay algunas iglesias donde la gente hasta adora su propia adoración a Dios, en lugar de adorar a Dios. Antes de su exilio, Lucifer dirigía la adoración en el cielo. Era el que más cerca caminaba del trono de Dios, hasta que se volvió orgulloso y quiso ocupar el lugar de Dios (lea Ez 28:14-15).

6. La voluntad propia. La fea gemela del orgullo es la voluntad propia. En Isaías 14:12-14 Lucifer manifiesta esa voluntad: "Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo".

No conjugue ninguno de estos verbos en primera persona, porque su orgullo y su voluntad propia van a tener por consecuencia una caída. Y ahora, clave los ojos en el escenario para ver el gran final, la caída: "Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo", (Is 14:15). Debemos rendir cada día nuestra voluntad bajo la voluntad de nuestro Dios y Señor.

7. La tradición. Las tradiciones son las cosas que hacemos porque así las hemos recibido de otros. Los principios enseñados por hombres que no tienen sus raíces en la Palabra de Dios, son tradiciones de hombres. Una tradición de hombres enseña a la gente las formas de acercarse a Dios con religiosidad; formas que tienen la apariencia de ser adoración a Dios en el ambiente de una iglesia. Pero la adoración inventada por el hombre sólo es un servicio externo, y con frecuencia el corazón de las personas se halla muy lejos de Dios.

8. Ofrecer Adoración Falsa. Hay una forma correcta y otra incorrecta de adorar a Dios. Una vez que hayamos oído la verdad, en realidad nuestra ignorancia ya no tendrá excusa. La falta del conocimiento espiritual para "adorar en verdad", no sólo nos aparta de la verdadera adoración, sino que con facilidad nos puede guiar a una adoración incorrecta que tiene efectos secundarios dañinos. Ofrecen adoración falsa:

1. Los que ofrecen adoración ignorante (Hech. 17:22-23).   a. Ignorante de la verdadera naturaleza de Dios (Dios es espíritu). b. Ignorante de la adoración que Él desea.                                                                    

2. Los que ofrecen adoración vana (Mat. 15:7-9). a. Basada en tradiciones de los hombres, mientras se ignoran los mandamientos de Dios.  b. Ofrecida sin involucrar nuestro espíritu.
3. Los que ofrecen adoración almática.   a. Impuesta por sí mismo, no dirigida por Dios. b. Adoran con lo que les agrada, lo que les gusta, lo que piensan que es bueno, pero…¿Le gusta a Dios?.  c. Prefieren lo que está basado en cómo se oye la alabanza.  d. Prefieren lo que está basado en cómo se siente la adoración.e. Los adoradores que se concentran más en el hombre que en Dios, que dirigen su adoración más hacia el hombre que hacia Dios. Se llega a esta conclusión porque su ministración es efectuada para: impresionar al hombre,  impactar al hombre, ser vistos y admirados por los hombres, entretener a los hombres.
9. La falta de perdón. Jesús proclama que es necesario perdonar: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial", (Mt 6:14). Nuestra adoración se ve obstaculizada cuando nos mantenemos sin perdonar a alguien, tanto si la ofensa es real, como si es imaginaria. Para entrar en la presencia de Dios el perdón es imprescindible, no es algo optativo para el verdadero adorador, es un requisito.

10. Las pasiones juveniles (2 Tim. 2:22). Pasión, en este verso quiere decir un deseo intenso, esta palabra se usa mayormente para los deseos pecaminosos o la concupiscencia. Nos dice la palabra de Dios: Huye de las pasiones Juveniles, nota también que no dice: “Enfréntala” o “Lucha con ellas”, ¡no!, te dice ¡¡Huye!!Este verbo como huir podría también traducirse como Rechazar. “Rechaza los deseos pecaminosos de la Juventud.”
Por cuanto la verdadera adoración es espiritual, ésta no tiene ninguna amistad con los deseos carnales. Las pasiones juveniles son enemigas de la verdadera adoración. Gálatas 5:24 dice que “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.”

¿Es su deseo ofrecer a Dios una adoración verdadera? Si lo es, dé estos importantes pasos:

1. Confiese todo pecado oculto o hábito pecaminoso en su vida y tome la decisión de dejarlos.

2. Aprenda a discernir las obras de las tinieblas y repréndalas.

3. Llene su mente de la Palabra de Dios y rechace todo pensamiento que venga a su mente cuando esté en la presencia de Dios.

4. Ordene su tiempo diario elaborando una agenda. Dele prioridad a Dios en su vida.

5. Pida la presencia de Dios para que lo haga más receptivo ante los cambios que Él quiere hacer en usted.

6. Humíllese ante Dios.

7. Deseche las tradiciones de hombres.
8. Arrepiéntase de su actitud de no perdonar y tome la decisión de perdonar siempre a los demás, aunque ellos no se arrepientan ni le pidan perdón.

9. Pídale a Dios que le de fuerza para no dejarse arrastrar por las pasiones juveniles

lunes, 3 de agosto de 2015

¡Nunca dejes de crecer!

"Nunca dejes de crecer, porque forma parte de tu desarrollo como
cristiano; Porque tu eres la evidencia más tangible de la muerte y resurrección de Cristo, Porque cuando dejas de crecer, has decidido instaritáneamente volver atrás, Nunca dejes de crecer, aunque nadie te vea, porque El sigue mirándote, aunque Caigas, porque no te dejará postrado, El te sostiene de tu mano, aunque falles, Porque las palabras sobran, cuando habla el corazón, aunque estés cansado,
Porque Él va contigo al paso que puedas andar; aunque las pruebas sean de fuego, Porque no dejará que la llama arda en ti"

"Nunca dejes de crecer, aunque te sientas débil, porque en ella El se hace fuerte, Aunque la carga sea pesada, porque Él la hace ligera, aunque estés desanimado, Porque Él pone en ti el querer, como el hacer, nunca compares tu crecimiento con El de otro, porque en ese preciso instante dejaste de crecer; nunca pares de crecer, Aunque tus familiares o hermanos de la iglesia, sean tu piedra de tropiezo, porque El te dice "no temas, yo te ayudo", siempre decide crecer, porque la indecisión es El primer paso para dejar de hacerla, nunca creas que detenerse, es neutralizar El crecimiento, por lo contrario, es la confirmación de tu decrecimiento.

"Nunca dejes de crecer, aunque no entiendas algunas cosas, porque la Biblia te llama Bienaventurado, aunque crees que has crecido, porque tu límite es ser como El; Nunca digas que creciste, porque si creciste fue porque menguaste a ti mismo, y si lo Hiciste creció fue El y no tu, nunca creas que el crecimiento se mide, por actividades Que realices por Él, sino por las que dejaste que El hiciera, nunca dejes de crecer Porque naciste para eso, porque que te salvo por eso, porque siempre El ha tenido Un plan contigo, porque hay gente a tu alrededor que le eres modelo de vida, porque Es aburrido y monótono dejar de crecer, porque sólo los conformista no crecen, Porque El quiere llevarte de gloria en gloria, de gracia en gracia, de poder en poder, Hasta que le veas con tus propios ojos.



Artículo original: 
http://www.sexualidadj.org/2015/06/nunca-dejes-de-crecer.html
© Sexualidad y Juventud

domingo, 2 de agosto de 2015

MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL
Los corazones han sido examinados, las obras evaluadas. En ellos se encuentran todos los datos necesarios para un análisis acertado del estado espiritual de la iglesia. El veredicto, cuando finalmente es pronunciado, ¡contiene una revelación devastadora!: «No eres frío ni caliente.

¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.» (Ap 3.15-16) Con una contundencia que no admite discusiones, la iglesia de Laodicea, que se jactaba de ser tan especial, es llamada miserable y digna de lástima, pobre, ciega y desnuda (Ap 3.17).
¡Y no era para menos! De todas las condiciones que pueden afligir al ser humano ninguna es tan triste como aquella que seduce a la persona a creer que es rica cuando en realidad vive en la pobreza más desdichada. Como pastores, con seguridad el lamentable cuadro de la iglesia de Laodicea nos ha dejado pensativos en más de una ocasión. ¿Qué pasaría si el Señor pronunciara un veredicto similar acerca de las congregaciones donde nos ha puesto como pastores? Sin embargo, tal veredicto parece poco probable cuando recordamos nuestros permanentes esfuerzos por movilizar a las personas hacia vidas de mayor entrega y pasión.
Sospecho, aun así, que nuestras fogosas denuncias contra la tibieza y la mediocridad revelan algo más que el deseo de lograr un mayor compromiso en nuestra gente. Muchas veces, lo que más nos asusta es ver las incipientes manifestaciones de la mediocridad en nuestras propias vidas. Fácilmente reconocemos los síntomas en el ministerio que llevamos a cabo: sermones preparados a las corridas, estudios improvisados para salir del paso, compromisos no cumplidos, consejos huecos que no practicamos nosotros, oraciones sin pasión y ministerios faltos de entusiasmo. Por donde miremos vemos que la tibieza está al acecho.
Nuestras denuncias producen la ilusión de estar combatiendo con fervor los efectos de la mediocridad. Pero rara vez logran frenar el avance de este mal.
La mediocridad delata la ausencia de una relación profunda con el Señor. El ángel no le recomendó a la iglesia involucrarse en más actividades, sino que abriera la puerta de su corazón y permitiera que él fuera una vez más el protagonista de eventos tan íntimos y cálidos, como el cenar juntos (Ap 3.20). Lo que necesitamos, entonces, es recuperar esa relación apasionada que produce un fuego divino en nuestro ser y permite que seamos calificados como «calientes».
Quisiera sugerir que nuestra relación con el Señor es con frecuencia tibia porque gran parte de las actividades de nuestra vida cristiana no conducen hacia una mejor relación con él. Nos mantienen ocupados en lo que aparentemente son actividades espirituales, pero no producen una profundización en nuestra relación con el Dios que servimos. La verdad es que una relación íntima con él es más el producto de lo que él hace, que de lo que nosotros hacemos. Nuestro esfuerzo solamente puede servir para responder a la obra que él está haciendo en nuestro corazón. Observemos, entonces, tres elementos que pueden colocarnos en esa posición donde el Alfarero Divino puede actuar sobre nuestros corazones.
Tres herramientas para cultivar una vida de intimidad con Dios
1. La disciplina
Entre las variadas exhortaciones que Pablo le deja a su discípulo Timoteo, encontramos esta: «Pero nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien disciplínate a ti mismo para la piedad.» (De la versión La Biblia delas américasDescripción: http://cdncache-a.akamaihd.net/items/it/img/arrow-10x10.png 1Ti 4.7) Dos importantísimas verdades se desprenden de esta exhortación:
La primera verdad es que la vida espiritual no se mide por las muchas palabras. Tan fuerte es la tendencia de los hombres a hablar más de la cuenta, que Pablo exhorta al joven Timoteo, al menos siete veces en sus dos cartas, a que evite a toda costa «las palabrerías vacías y profanas, y las objeciones de lo que falsamente se llama ciencia» (1 Ti 6.20).
Esto no se debe a que Timoteo tenía una particular debilidad por las discusiones y contiendas de palabras, sino al hecho de que el cristiano en general tiende a creer que hablar de las verdades del Reino es lo mismo que practicarlas. Hemos perdido de vista, por ejemplo, que no es lo mismo hablar de la oración, que orar. Ni es la misma cosa enumerar las virtudes de la evangelización que salir a compartir la fe con otros.
Si bien nuestras palabras pueden alentar a la práctica en algunos, la verdad es que las palabras sobran entre los que son de la casa de Dios. Pero la vida espiritual pasa por otro lado. El sabio Salomón advertía hace más de 3.000 años: «Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y acércate a escuchar en vez de ofrecer el sacrificio de los necios... no te des prisa en hablar, ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios.» (Ec 5.1 y 2). No está de más recordar que las palabras no solamente son poco eficaces para producir cambios, sino que también en la abundancia de ellas hay pecado.
La segunda es que la alternativa señalada por Pablo al joven Timoteo es el camino de la disciplina. El apóstol escoge la palabra griega gimnazo del cual sacamos el término gimnasia, y que también podría traducirse «ejercicio, disciplina, o entrenamiento». En lo que al cuerpo se refiere, la gimnasia consiste en una serie de ejercicios cuyo fin es asegurar un buen estado de salud. Los ejercicios no son un fin en sí; la meta es el estado que produce en nosotros.
Sin embargo, no somos personas acostumbradas a exigirle mucho ni a nuestros cuerpos, ¡ni tampoco a nuestras almas! Es que, por naturaleza, somos un tanto holgazanes. Al igual que los discípulos, el menor esfuerzo produce en nosotros fatiga y nos quedamos dormidos (Mt 26.41). Pero Pablo conocía el valor de la disciplina. Usando la misma analogía, había escrito a los Corintios: «yo golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo personal, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado» (1 Co 9.27).
En el ámbito espiritual también existen ejercicios, disciplinas que podemos usar para mantener en buen estado nuestros espíritus. Algunos de ellos incluyen prácticas como el ayuno, la oración, el estudio de la Palabra, el silencio, el servicio, la alabanza, la adoración y el servicio. El valor de estas es que nos colocan en ese lugar donde Dios puede profundizar su relación con nosotros. Pero para llegar a ese lugar, debemos acostumbrarnos a exigirle más a nuestro espíritu que cinco minutos diarios con el Señor. Quien aspire a caminar en intimidad con Dios deberá ser una persona dispuesta a practicar esas actividades que abren el camino hacia una relación más estrecha con él, y en la medida en que procuramos su rostro, él irá produciendo en nosotros la transformación tan anhelada (2 Co 3.18).
2. El sufrimiento
Un segundo elemento que Dios usa para cultivar su relación con nosotros salta a la vista a medida que recorremos las páginas de las Escrituras. Es una constante en la trayectoria de los grandes siervos. A todos, sin excepción, les tocó transitar por el camino del sufrimiento.
Abraham esperó veintinueve interminables años para que Dios cumpliera la promesa que le hizo cuando salió de la casa de sus padres, y convivió gran parte del tiempo con el silencio. José bebió de la copa amarga de la traición y experimentó trece años de esclavitud y prisiones en una tierra extraña. Moisés, habiendo expresado con violencia su pasión por su propio pueblo, tuvo que vivir cuarenta años en el desierto, lejos de la riqueza, el favor y la comodidad que habían caracterizado su vida en Egipto. David, por su parte, pasó doce años en el desierto, huyendo del mismo rey cuyo prestigio había salvado venciendo a Goliat. Llegó al extremo de fingir locura y procurar refugio entre sus enemigos mortales, los filisteos.
En el Nuevo Testamento encontramos también esta asombrosa afirmación acerca de Jesús: «Cristo, en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente; y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció.» (He 5.7-8) También en 2 Corintios 11 podemos observar la lista de experiencias por las cuales pasó el apóstol Pablo. Incluye azotes, apedreos, naufragios, cárceles, frío, hambre, desnudez y un sinnúmero de otras «calamidades».
Así, el Señor forma el corazón de sus siervos por medio del sufrimiento. No podemos escapar a esta verdad. Es parte del testimonio del pueblo de Dios desde tiempos inmemoriales.
La cultura occidental, sin embargo, no contempla la existencia del sufrimiento como parte de la vida, pues la incansable búsqueda de la comodidad y la satisfacción personal resulta ser uno de los grandes pilares sobre el cual se construye nuestra sociedad materialista. Además, al igual que los discípulos, creemos que el sufrimiento es una inevitable manifestación de algún pecado (Jn 9.2). «Quién vive en santidad», diría nuestra teología popular, «¡no sufre!»
La iglesia del primer siglo también parece haber luchado con conceptos similares, al punto de que Pedro les escribió: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos sois, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobra vosotros.» (1 Pe 4.12-14)
Claro que nadie en su sano juicio saldría a buscar el sufrimiento. Tampoco seríamos tan necios como para pedirle al Padre que traiga sufrimiento a nuestras vidas. ¡Nada de eso! Sin embargo, hay algo claro y es que, lo busquemos o no, todos vamos a transitar por momentos de sufrimiento y dolor. La diferencia en el hombre maduro en Cristo es que ve en estas experiencias una oportunidad para profundizar su relación con Dios y tomarse más fuerte de la mano de su Señor. Por eso, Pablo testificaba que en el sufrimiento «aunque el hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día... al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Co 4.16-18).
Al igual que las disciplinas de la vida espiritual, el sufrimiento no es lo que nos santifica. El sufrimiento, si tenemos la actitud correcta, simplemente nos coloca en ese lugar donde podemos ser tratados más profundamente por el Espíritu de Dios. De manera que si aspiramos a mayor madurez en nuestra experiencia cristiana, tendremos que familiarizarnos y hasta «amigarnos» con el sufrimiento, entendiendo las maneras que Dios lo usa para traer mayor santidad a nuestras vidas.
3. Las relaciones profundas
Un tercer elemento que actúa profundamente en la transformación de nuestro ser es la posibilidad de entablar relaciones significativas con otros peregrinos que están avanzando hacia la madurez.
Esto también es algo muy resistido por nuestra cultura occidental. Vivimos en tiempos en los cuales el egocentrismo del hombre ha llegado a niveles nunca vistos en el pasado. Se ha perdido el sentido de comunidad y en su lugar, tenemos sociedades que no son más que la suma de individuos deseando avanzar hacia el cumplimiento de sus propias metas. En la iglesia, nuestra definición de comunión es compartir la vida con otros durante las dos o tres horas que estamos reunidos juntos cada semana.
¡Qué diferente es el panorama del Nuevo Testamento! En sus páginas, el crecimiento nunca se ve como el fruto del esfuerzo individual, sino más bien como producto del buen funcionamiento del cuerpo. En Efesios se afirma que «hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo, para su propia edificación en amor.» (Ef 4.15, 16) Entonces, cuando abrimos nuestras vidas a este tipo de relaciones profundas, podemos experimentar un crecimiento que nunca se podrá alcanzar a solas.
Jesucristo mismo nos enseñó que la única característica que verdaderamente nos identificaría como sus discípulos era el amor de los unos por los otros (Jn 13.35 y 17.21). Y la medida de ese amor es la del Hijo de Dios, que le dijo a sus discípulos: «un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros.» (Jn 13.34) En esas palabras están encerradas todas las actitudes y acciones que caracterizaron la vida del Mesías entre nosotros, una vida de devoción, servicio, paciencia, ternura, firmeza y compromiso sin igual.
Las cartas del Nuevo Testamento además, dedican mucho espacio a las implicaciones de este amor. La descripción más clara y práctica la encontramos en Filipenses 2, cuando Pablo nos anima: «Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.» (Fil 2.3 y 4) De esta forma se nos llama a entablar una relación más profunda con los demás de lo que actualmente muchos practicamos.
De igual manera, el compartir en intimidad nuestra vida con otros tiene tres grandes beneficios. En primer lugar, nos permite aprender de lo que otros están viviendo y experimentando en su vida espiritual. Nuestro entendimiento de lo que es el reino y el accionar de Dios siempre va a ser más completo cuando incorporamos a nuestras vidas las perspectivas y experiencias de otros. Es inadmisible dentro del cuerpo que algún miembro le diga a otro «no te necesito» (1 Co 12.21). Recordemos cómo hemos sido llamados a atesorar la vida de los que están a nuestro alrededor.
En segundo lugar, también es valiosa la comunión con otros porque tengo a quién rendirle cuentas. Todos nosotros perdemos la objetividad cuando analizamos nuestras propias vidas. Comportamientos que no toleraríamos en otros siempre parecen ser justificables en nuestra propia vida, mas cuando damos a otros la libertad y el acceso para que nos corrijan y orienten, podremos avanzar concretamente sobre aquellos puntos ciegos que no vemos con nuestros propios ojos. Entonces, la exhortación de Santiago «confesaos vuestros pecados unos a otros» (5.16), tiene mucho más valor de lo que nos damos cuenta, pues los pecados que están a la luz ya no pueden atormentar nuestra vida.
Por último, aprendemos la verdadera dimensión de lo que significa el amor cuando nos relacionamos con otros. No debemos olvidar que las personas no son máquinas y que tampoco responden a reglas o a leyes severísimas. Por eso, el caminar con ellos demanda de nosotros que seamos flexibles, perseverantes, pacientes y misericordiosos. Estas características, sin embargo, solamente son posibles cuando deseamos ir más allá de un contacto fugaz con el corazón de otros. La trivialidad de nuestros sentimientos hacia otros queda expuesta cuando queremos acercarnos para caminar juntos. Allí comienza la verdadera expresión del amor, y ¡qué preciosa experiencia es el compartir la vida a los niveles más profundos!
Conclusión
Cuando nos detenemos por un momento a pensar en estos tres elementos, podemos fácilmente entender por qué existe tanta mediocridad a nuestro alrededor: no forman parte de lo que la mayoría de la iglesia considera importante en la vida. En su lugar, existe una interminable rueda de reuniones que nos dan la ilusión de estar trabajando esforzadamente hacia una vida de mayor compromiso. No obstante, la obra más profunda del Señor no se realiza en estas actividades que tan fácilmente asociamos con la vida espiritual. Su obra más eficaz, es poco visible a nuestros ojos y se lleva a cabo en aquellas actividades consideradas comúnmente como «menos espirituales». Por esta razón, quien desea crecer debe estar dispuesto a valorar y cultivar la espiritualidad por medio del buen uso de la disciplina, el sufrimiento y las relaciones significativas.
Idea básica de este artículo
La mediocridad delata la ausencia de una relación profunda con el Señor. Tres elementos pueden ayudarnos; la disciplina, el sufrimiento y las relaciones profundas.
Preguntas para pensar y dialogar
  1. ¿Qué pautas da el autor para que usted pueda discernir si está viviendo en la mediocridad o no?
  2. ¿En qué contribuyen la disciplina, el sufrimiento y las relaciones profundas a que usted cultive una vida de intimidad con Dios? Explique cada una.
  3. ¿Puede calificar a su relaciones de profundas? Si usted todavía no sostiene relaciones profundas ¿qué necesita hacer para que esto ocurra? ¿Cómo podría propiciar que en su iglesia se den las relaciones profundas?
  4. ¿Tiene usted relaciones profundas? ¿Cómo podría propiciar las relaciones profundas en su iglesia y en usted?


POESIA

Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima, eso es admirable.! -MARIO BENEDETTI